RÁPIDO, RÁPIDO.NO HAY TIEMPO QUE PERDER….
RÁPIDO, RÁPIDO.NO HAY TIEMPO QUE PERDER….
Nota. Este artículo lo publiqué en 2001 cuando estaba trabajando en la Comisión Europea ( Bruselas), Lo he recupearado y pienso que a pesar de que han pasado casi 20 años, creo que sigue siendo de actualidad, en especial en estos momentos que vivimos la pandemia del Covid-19 y tendremos que reinventarnos...
Resumen: En un mundo en cambio permanente, urge la necesidad
de orientarse y de tener la información adecuada. Existen numerosas fuentes de
información acerca de las nuevas tecnologías, la evolución de la economía, el
seguimiento de las bolsas, etc. Como humanos, quizá no podemos relegar lo más
valioso que tenemos, es decir, nosotros mismos y los demás. Es una lástima que
sepamos más acerca de los valores en bolsa que de nuestras emociones o de cómo
nos comunicamos. No se trata de oponerse al progreso y al aporte de las nuevas
tecnologías. Al contrario, se trata de tener en cuenta el impacto de estas
tecnologías y saberlas utilizar para conseguir un mudo más humano. En este
artículo sobre el tiempo, el primero de una serie, se analiza el concepto del
tiempo, su evolución histórica y una aproximación al impacto que ha producido
en la humanidad de hoy.
1. Una
sociedad en cambio permanente
Es un tópico hablar de una sociedad en cambio permanente y de
la velocidad de estos cambios. Lo cierto es que cada vez tenemos más
información y disponemos de valiosos instrumentos para ampliar nuestros
conocimientos. Con los avances en el dominio de la genética y de la
biotecnología se abren unas perspectivas inauditas para la humanidad. En un
mundo cada vez más pequeño, no podemos escapar de la llamada globalidad. Hay
cientos de análisis sobre el impacto que los cambios que vivimos producen en
distintos ámbitos: económicos, productivos, políticos, sociales, etc. Quizá sea
necesario que nos ocupemos también del impacto que estos cambios provocan en
nosotros, pobres seres mortales; cómo vivimos en nuestra carne lo que pasa en
nuestro entorno y cómo vamos a enfrentarnos al futuro que cada día es más
presente. [1]
¿Cómo hacer frente a un mundo en cambio que, al tiempo, es
cada vez más exigente y en cierta medida más cruel? ¿Cómo puedo aceptar ser
espectador de todo y ser actor de nada? ¿Qué pinto yo en un mundo donde hoy
somos 7.200 millones y en el que, en el año 2030, según se prevé, seremos 8.600
millones? Hay muchas preguntas y seguramente pocas respuestas. Una vez más,
recurriendo a Sócrates, sólo podemos decir que "sólo sé que no sé
nada". Pero, quizá, como en Sócrates, el secreto está en las preguntas.
Como afirma James Hillman, "hemos de recuperar el
alma". No se trata de volver a las beaterías o de practicar espiritismo.
Platón sabía mucho del alma, y, muy a su pesar, con los años se ha deformado,
encasquillado y casi matado el concepto que él tenía del alma. John Keats, en
una carta a su hermano George, le dice: "Llama al mundo, te lo ruego,
valle de hacer alma. Descubrirás entonces su utilidad…".
2. Ante los
nuevos retos, hay que abrir espacios de reflexión
Con este espíritu abrimos este espacio de reflexión y debate,
sin ninguna otra pretensión que la de recordarnos que somos seres humanos y que
es nuestra responsabilidad la de continuar siéndolo.
Nuestro punto de partida es la psicología (la palabra
psicología hace su aparición en la historia, a mediados del siglo XVI, a raíz
de unas lecciones impartidas por Melanchthon (1497-1560), es decir,
coincidiendo con la Reforma); la psicología recuperada de las manos de
mercaderes y manipuladores; la psicología tal como significa en griego:
conocimiento del alma.
Pero sería absurdo y pretensioso tratar de elaborar una
visión del ser humano en el siglo XXI sólo desde la psicología. Hay otros
ámbitos desde los cuales se puede y se debe hablar del hombre (en el sentido
genérico) y, con ellos, crear un espacio intersticial en el que podamos
preguntarnos y quizá encontrar respuestas. Heráclito nos lo recuerda: "No
encontrarás los confines de la psyché por más que viajes en cualquier
dirección, tal es la profundidad de su lógos".
Aunque se habla menos de ello, hay un notable avance en lo
que podríamos denominar ciencias del hombre; básicamente, las relacionadas con
su salud mental y física (si es que es posible separarlas), como en el campo de
la bioquímica, de la psicobiología, de la neurología, de la genética, etc. Algo
está sucediendo. Nuestro propósito es seguir estos avances de cerca. Nos
preocupa lo que es humano…
3. Deprisa,
deprisa...
Uno de los factores que nos afectan más hoy en día es el
tiempo. La mayoría de cambios tecnológicos nos ofrece rapidez (véase la
velocidad en los ordenadores), los e-mail son prácticamente instantáneos, los
móviles evitan que nos desplacemos a una cabina, las redes sociales nos invaden,
los coches son cada vez más rápidos, etc. (para pasarnos luego horas en
atascos).
Al mismo tiempo, la ciencia trata desesperadamente de alejarnos de la
vejez; poder vivir más tiempo es uno de los objetivos prioritarios en muchos
laboratorios de investigación. La puesta de largo del mapa genético del hombre
ya ha lanzado su consigna: vivir más tiempo, incluso hay quien plantea ser
eternos.
Por otra parte, la mayoría de nosotros vive contra el tiempo,
no tenemos tiempo para nada… La enfermedad de moda es el estrés, el cual tiene
mucho que ver con el tiempo. Las empresas nos mandan hacer cursos de time
management una y otra vez; compramos cosas rápidas; no soportamos esperar o
hacer cola: estamos en una cruzada contra el tiempo.
Lo cierto es que, leyendo en el avión el Herald Tribune, me
impresionó un artículo de primera plana:
INSTANT
EVERYTHING: Making the Fast Lane Faster. New products for People with no Time
to Spare
Aunque el artículo es un reflejo de la sociedad americana,
creo que es aplicable también a la nuestra. Se trata del fenómeno de la
aparición de productos cuya misión es la de no hacernos perder tiempo: desde un
té que no hace falta hervir (se mezcla con hielo directamente), pasta
dentífrica que combina varias funciones, una secadora que lo hace todo en 30
minutos, un horno super rápido, un bronceador que sólo tarda 30 minutos en
hacer efecto, bocadillos congelados..., hasta el fenómeno de que, en ciertas gasolineras,
no hay que introducir la tarjeta de crédito o la tarjeta monedero; con sólo
pasarla por un escáner, la operación se realiza en segundos.
El artículo cita a Erik Gordon, director de MBA de la
University of Florida's Warrington College of Business, el cual afirma que no
es que los americanos no tengan tiempo, sino que "es porque pensamos que
no tenemos tiempo, estamos condicionados a todo en el instante. Los televisores
antes tenían un tubo catódico que tenía que calentarse. Los teléfonos funcionaban
con discos de dial. Ahora tienen números memorizados. Las páginas web, al
principio, eran como un milagro; ahora, cuando tardan 10 segundos en bajar, las
abandonamos…".
Es cierto que uno de los fenómenos que nos afecta más es el
uso del tiempo. Quizá sea uno de los factores que han hecho más mella en
nuestra conducta en las dos últimas décadas.
4. Un poco de
historia
Es difícil imaginar una época en la que no había calendarios
ni, por supuesto, relojes. Además, no existía un tiempo universal. Cada país
tenía su propio tiempo, incluso podía haber más de un tiempo en un mismo país.
Hasta 1912 no podemos hablar de un tiempo sincrónico mundial.
Los egipcios ya poseían una larga trayectoria en la
observación de los astros y la confección de calendarios. Siguiendo los
movimientos de la Luna y del Sol, establecieron un año de doce meses de treinta
días, con cinco días suplementarios para adecuarse al año solar.
No obstante, fue Julio César quien, retomando la sabiduría
egipcia (nombró al matemático egipcio Sosígenes como consejero), estableció un
calendario 46 años antes de Jesucristo. Este calendario fue la base de todos
los siguientes. Con ocasión de la Reforma de 1852, la Iglesia romana estableció
de hecho el calendario tal como lo conocemos hoy en día.
Hoy en día, poca gente puede seguir el calendario por las
lunas y el Sol, y tampoco puede dormir de sol a sol. El descubrimiento de la
electricidad y el transporte, entre otros, han ido modificando nuestra
percepción del tiempo. Noche y día ya no son lo que eran. Los after, locales
que abren sus puertas cuando cierran las discotecas, son una muestra de ello.
Hay ciudades como New York en las que se puede comprar tanto de día como de
noche.
Sería largo y prolijo hacer una historia del
"tiempo" y su impacto en el hombre. Quizá pueda ayudarnos destacar
una serie de acontecimientos relacionados con el tiempo que han contribuido a
que seamos lo que somos actualmente.
El hombre arcaico vivía el tiempo según la mitología. Había
un pasado lleno de mitos y de historias que le obligaban a una vida circular,
es decir, el futuro no tenía demasiada importancia sin relacionarlo con el
pasado y sus dioses. Vivía de lleno las estaciones y las variaciones
climáticas, la transmisión oral de los saberes y de acuerdo a las secuencias
que organizaban su vida cultural y social.
Tenía un ritmo de vida rígido y
apegado a las tradiciones. Su vida estaba alejada del tiempo orientado: pasado,
presente y futuro o el tiempo acumulativo basado en la experiencia. De hecho,
el pasado era el porvenir del hombre arcaico. Todo tenía su sentido en función
del pasado.
Podemos afirmar que es en el siglo XV, con el descubrimiento
de la perspectiva, a la cual hay que asociar el nacimiento del humanismo,
cuando se desarrolla un importante cambio en la percepción de la realidad y,
con ella, del tiempo.
Ya con los griegos se dibuja progresivamente la emancipación
del hombre de la aceptación pura y simple del mundo tal cual es. Empieza a
buscar las formas en las que puede ejercer su libertad. Cronos, dios del
tiempo, aparece como una divinidad propia al lado de Zeus. La creación deviene
un producto del tiempo. Se pasa del tiempo del mito al tiempo de la Historia.
Es con la revelación monoteísta cuando, sin que desaparezcan
los elementos míticos, el hombre empieza a comprender la perspectiva de su fin
último. Este hombre busca el infinito no ya en el espacio, sino en el tiempo.
“Los profetas no
hablan ni del tiempo originario mítico, ni del tiempo cósmico. Ellos están
inspirados por la visión del tiempo futuro. El futuro, y no el pasado ni el
presente, deviene la verdadera revelación de Dios”. L' École de Marbourg ,
Paris: Cerf, 1998 p. 197, RICOEUR, P.
En el mesianismo judío, esta aspiración del futuro conduce a
una negación y a una oposición a toda realidad presente. En el cristianismo, el
tiempo es para Dios el medio del cual se sirve para revelar la acción de su
gracia. Jesucristo sólo pudo asegurar que recibiríamos el Espíritu Santo al
final de los tiempos. Se llega hasta el punto de que, en el seno del
cristianismo primitivo, la soberanía de Dios sobre el tiempo es tan fuerte que
el cálculo de las horas y de los días se considera un sacrilegio.
San Agustín trata de conciliar el tiempo de la revelación con
el tiempo del hombre. Intenta medir el tiempo sabiendo que el pasado ya no está
y que el futuro no está todavía aquí. Para San Agustín, sólo el alma puede
religar las tres dimensiones del tiempo. El presente del alma es como una tensa
espera de lo que aún no está aquí y que al mismo tiempo no es un recuerdo.
Entre la ciudad terrestre y la Ciudad de Dios hay una tensión temporal. La
tensión y la marcha hacia la Ciudad de Dios es para San Agustín el sentido
profundo de la Historia. Este pensamiento prevalecerá a lo largo de la Edad
Media hasta el descubrimiento de la perspectiva, a principios del Renacimiento.
La ciudad de Dios. San Agustín
5. La
perspectiva, un elemento clave
Lo cierto es que esta visión escatológica da poco margen para
un deseo de transformar el mundo o de incentivar una potencia productiva. El
cambio se va a dar con el descubrimiento de la perspectiva, que, a pesar de ser
una técnica arquitectural, se transformó en una forma simbólica en la que se
basarán las ideas decisivas de profundidad, de proyecto o de espera. Esta etapa
se inicia en el Quattrocento y el Renacimiento y culmina con el Siglo de las
Luces, el XVII.
A principios del siglo XV, un genial arquitecto italiano,
Brunelleschi, afirma que la construcción es, ante todo, una cuestión de punto
de vista y que la unidad de la construcción pasa por la unidad del punto de
vista. El concepto es una cuestión previa a la realización; el proyecto, una
condición de la construcción. Es una forma de decir que la razón precede a la
acción. Brunelleschi no sólo elaboraba teorías, sino que las aplicaba; muestra
de ello es la construcción del Dôme de la Catedral de Florencia.
Parece inaudito que les costase tanto tiempo a los humanos
observar la profundidad donde hasta la fecha sólo había una percepción
unidimensional. Estamos ante la perspectiva, que se convirtió en figura
emblemática del Renacimiento. En realidad, el que destacó el valor de este
descubrimiento fue Alberti, en su tratado Della Pittura, en 1436. Para él, un
cuadro es una intersección plana de la pirámide visual. Esto permite romper con
la visión aristotélica de un cosmos encuadrado por el límite absoluto del
cielo.
El cuadro deviene historia, mejor dicho, una ventana abierta sobre la
Historia: "Mi primer acto, escribe, cuando quiero pintar una superficie es
el de trazar un rectángulo que se concierte en una suerte de ventana por la que
yo pueda ver la historia". Esta "historia" no sólo tiene un
valor pictórico, sino también un valor narrativo y moral.
El cuadro que representa la Ciudad Ideal es una de las
creaciones fundadoras más emblemáticas del perspectivismo del Quattrocento. Por
un tiempo atribuido a Piero della Francesca, más tarde se ha considerado de
autor anónimo. Pero lo importante es el hecho de que se tome al hombre como la
medida de todas las cosas y que este hombre ya no exista sólo para contemplar
sino para dotarse de una perspectiva moral y racional.
La perspectiva se
convierte a la vez en una técnica y un enunciado, una manera de hacer y una
manera de ser. Maquiavelo y Leonardo da Vinci van más lejos todavía, este
último de una manera decisiva, elevando la perspectiva al rango de filosofía de
la naturaleza.
6. Cuando
hablamos, ¿de dónde lo hacemos?
Pascal, en sus Pensées..., se pregunta: ¿cuando hablamos, de
dónde lo hacemos? Está fascinado por la tensión de lo demasiado cercano o lo
demasiado distante. "¿Una cosa no tiene la misma identidad cuando está
tomada como una parte que como un todo mayor?" ¿Dónde hay que situarse para
ver? Es Descartes, sin embargo, quien nos lega la idea de proyecto, su
filosofía como proyecto y su realización como tarea.
Todo proyecto pasa por un
punto de partida, por un proyecto inicial y por una ruptura con el pasado, pues
no se puede hacer lo nuevo con lo viejo. Aun así, Descartes no se plantea la
cuestión del tiempo. Para él, la visión es ante todo pensamiento, no sólo
sensorialidad. La visión está ligada a los juicios, a las representaciones y a
las maneras de ser (quizá el management moderno nació en Descartes…).
A la perspectiva le debemos la capacidad de saltar, “affranchir“el
espacio y una apertura al infinito. El mundo se amplía. Además, la perspectiva
se convierte en el medio de proyectarse en el tiempo y no sólo de contemplar su
paso. Además, la perspectiva inventa la noción del punto de vista adecuado, del
lugar desde donde hay que observar el cuadro (la historia).
Las cosas no podían quedar así. Una vez que la perspectiva
hizo sus estragos, un filósofo italiano, Gianbattista Vico, inventó la filosofía
de la Historia. Historia, cuadro y punto de vista hacen equipo. Bossuet va más
lejos y denuncia la discordancia creciente entre historia profana e historia
santa o sagrada. Después llega Turgot con la creencia de que existe un punto de
vista en el que podemos ver orden detrás de la apariencia de desorden.
Para
pasar de uno a otro ya no nos basta el punto de vista de Dios, hay que añadir
una variable esencial: la del progreso generalizado. Es el progreso que permite
comprender los estadios por los que pasa el espíritu humano. Condorcet no se
queda corto y, en su “Esquisse”..., separa radicalmente la idea de progreso de
la de religión. Con todo, aún no hemos llegado a pensar el mundo como proyecto
histórico. La idea de tiempo se hace escurridiza.
A finales del siglo XVIII (entre 1770-1789) es cuando empieza
una verdadera transformación. Ricardo, Cuvier y Hegel, cada cual a su modo,
contribuyen a que el tiempo no sólo sea historiado sino dinámico, valorizado y,
sobre todo, orientado al avenir. El cuadro ayudaba a darse cuenta; el proyecto
ayuda a actuar. Pasamos del cuadro (dónde estamos) al proyecto (adónde vamos).
7. El proyecto,
génesis de un gran cambio en la humanidad
El proyecto está impregnado de perspectiva e íntimamente
ligado a las nociones de horizonte, intencionalidad y finalidad. Estos tres
conceptos convergen en un punto esencial: el de la acción orientada hacia un
"sentido" que hay que inscribir forzosamente en el tiempo.
Desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX, el proyecto
se consolida y lleva consigo la idea de esperanza en un esfuerzo por
contrarrestar las inquietudes humanas. A la metafísica le nace competencia. En
adelante, el proyecto formará parte de la acción, sea ésta cultural o política,
filosófica o ética, social o estética.
El proyecto lleva consigo el concepto de acontecimiento, el
cual ya no comporta sólo espectadores sino que, progresivamente, éstos se
transforman a su vez en actores: seducción mutua de actores y espectadores.
Ellos generan campos de conocimientos comunes que, a su vez, generan reglas y
pasiones. Nace el mercado. El actor y el espectador se necesitan mutuamente. Ya
no se podrán alejar el uno del otro. El actor tiene que actuar teniendo en
cuenta el punto de vista del espectador.
Mientras, no podemos olvidar a Hegel, para quien la Historia
se identifica con el tiempo. El tiempo en sí mismo es porvenir, nacimiento y
desaparición. El tiempo hegeliano es el del hombre que trabaja y experimenta;
un hombre que no sólo se pregunta "¿quién soy yo?", sino,
fundamentalmente, "¿adónde voy?". Las cosas han cambiado mucho desde
el hombre arcaico; el tiempo ya no viene del pasado sino del avenir.
Pensar en la primacía del futuro es pensar que el tiempo no
tiene fin para el hombre, un cambio notable que aprovecha Marx. La Historia es
desvelar el presente con vistas a fines determinados en el futuro. Hay que
saber adónde vamos y cómo. Utopía e ideología van de la mano. Marx muere con la
caída del muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989.
Lo cierto es que, a lo largo del último siglo, se consolida
la idea de que sólo la gestión del tiempo permite a los hombres no sentirse
juguetes del destino. Tiempo y política se convierten en inseparables. Adam
Smith concluye que la inscripción de la acción del hombre en el tiempo lo
condena al intercambio, y con esto se aleja más del animal, que es indiferente
al tiempo. Para Ortega y Gasset, la realidad es, ante todo, una perspectiva
sobre el mundo.
El presente deja de ser una brecha entre el pasado y el
futuro. Obtiene su propia personalidad, se convierte en autosuficiente. Arrendé
habla del presente como de un paralelogramo de fuerzas. Ella se muestra
preocupada por la "fragilidad de los asuntos humanos", que pueden
obligar al hombre a alejarse del objetivo "de hacer obra", cayendo en
la repetición y el consumo, lo que podríamos llamar la des-temporalización del
hombre.
8. El presente,
nuestro amo.
El presente, en su emancipación, se empeña en abolir el
pasado y querer anticipar el futuro, controlarlo, asimilarlo. La contingencia
inmediata es tan poderosa que no da pie a la intencionalidad; una exigencia de
lo inmediato en la desesperada batalla de negar la muerte. Si consigo controlar
el futuro, si lo puedo negar haciéndolo presente, puedo neutralizar la muerte.
Se trata de acortar distancias entre la experiencia y la
espera, entre intención y acción, aquí y ahora; anular el tiempo. Tiempo cero
es la consigna. Empieza la sociedad de la satisfacción inmediata (Schülze).
En este presente, nuestros deseos condicionales habrán
arrebatado los deseos categóricos, no solamente porque el sentimiento de
precariedad se habrá generalizado socialmente, sino básicamente porque la
pérdida de confianza en nuestra capacidad de "hacer obra" nos conduce
a un paseo vertiginoso de un instante al otro. (André Masson). L' actualisation
du Futur. Paris: Seouil, 2000).
Ya nada será como antes. Fukuyama se atreve a hablar del fin
de la Historia. Seguramente no es cierto, pero sí que estamos ante el fin de
algo, el fin de las utopías. Huimos del determinismo histórico para caer en el
determinismo del mercado (con sus leyes mundiales), en el determinismo del
cuerpo (con los avances en genética). Mercado e identidad se configuran como
las dos coordenadas de la vida social.
El espacio público entra en crisis. El
mercado construye cada vez más nuestras identidades. La identidad es pensada
según el modo del imaginario del mercado. Si, a principios del siglo XX,
asistimos al descubrimiento de los fenómenos de masas, a principios del XXI
todas las formas del "nosotros" están en cuestión. Ya no hablamos de
transformación de la sociedad; en un futuro podremos transformar genéticamente
a los individuos, pero renunciamos a pensar en la transformación de su lugar en
la sociedad.
Ya no hay significados comunes. El siglo XIX dio a la luz la
previsión; el XX, la prevención; el XXI asimilará el riesgo a la precaución. La
sociedad, que tiene como objetivo evitar los riesgos, se muestra incapaz de
pensar como totalidad social. Ello se debe, seguramente, a que nuestras
sociedades no quieren pensarse a partir de principios indiscutibles o
transcendentales, a que el objetivo no es la consecución del "bien"
sino la prevención de lo "peor". Giddens habla del fin de la
naturaleza. El cambio climático, la crisis de las "vacas locas", el
SIDA, las drogas etc., se inscriben en la precaución, no en las causas y los
fenómenos que provocan estos fenómenos. A falta de proyecto hay que instaurar
precaución.
De la ciudadanía basada en principios estables y compartidos
en su mayoría pasamos a la ciudadanía utilitaria. Ésta es fruto de una mayor
diferenciación entre las situaciones individuales, la erosión de la lógica de
estatus, la importancia cada vez mayor de los factores relacionales en la
definición de los roles laborales y la individualización de las performances.
9. ¿Individuos o
meros consumidores?
La alianza de la tecnología, de la genética y el mercado
empujan cada vez más a una individualización tanto de situaciones como de
comportamientos. En realidad, en casi todos los campos, la ciudadanía se mide
por sus valores de uso, ya sea en cuanto a la seguridad o a la identidad. Todo
ello se traduce fácilmente en la expresión "poder de compra" (pouvoir
d'achat); esta ciudadanía más que orientarse hacia objetivos se convierte en un
simple movimiento.
El ciudadano se convierte, dentro de un espacio dado, en un
explorador de su propio YO presente, cuya interacción con los otros YO toma una
forma temporal e intercambiable. (Charles Taylor La malaise de la Modernité)
Estamos lejos de la noción de proyecto, tal como nació en el
Siglo de las Luces, basado en tres principios: arrancar al hombre de la
naturaleza, poniendo ésta a su servicio, engrandecer la centralidad del hombre
respecto al animal y dotarse de nuevas formas de transcendencia una vez
alejados de la tutela de la religión.
Para Paul Ricoeur, la Historia es una serie de
acontecimientos, unos más relevantes que otros. Estos acontecimientos, sin
embargo, necesitan ser contados, explicados. Hace falta una narración en la que
la sociedad pueda reconocerse, descubrir de dónde procede y hacia dónde va.
Acontecimiento y narración (récit) son indispensables. Para Ricoeur, la
capacidad de las sociedades modernas de "explicarse historias", de
pensarse a partir de los acontecimientos fundadores está erosionada por un
tiempo mundial en el que la trama no es la narración (récit) sino la red.
"Todo opone la red a la narración".
El "tiempo mundial" es indiscutiblemente portador
de una nueva medida del tiempo, la de la inmediatez, la de la instantaneidad y
la urgencia. El tiempo mundial es el presente único que reemplaza el pasado y
el futuro. La dinámica del tiempo mundial no es otra que la de destruir el
tiempo, comprimirlo. La narración (récit) buscaba vencer la aporía del tiempo
"inventando una historia"; el tiempo mundial quiere vencerla
destruyendo el tiempo.
Aferrados al presente, sólo podemos asegurar la
supervivencia. Extendiéndonos a un número creciente de "nudos de
conexión", la red se convierte en una metáfora viva de las sociedades que
rechazan la idea de un final y, en consecuencia, la idea de la muerte.
Manuel Castells
afirma que una red es un conjunto de nudos interconectados. Las bolsas y el
tráfico de droga son ejemplos de ello. Dentro de la red, la noción de bien
común desaparece, y es más bien la idea de "cálculo" común la que
prevalece. El hombre red está atrapado en un flujo que él no puede iniciar ni
acabar. La red quiere, a cualquier precio, confundir el pasado con el presente
y el presente con el futuro jugando con la compresión del tiempo y la
instantaneidad de las transmisiones. Es una forma de conseguir la inmortalidad,
ya que su objetivo es hacer que el presente, el pasado y el futuro sean
equivalentes.
10. Si quitamos la
utopía, ¿qué nos queda?
Queda lejos Tomás Moro y su Utopía de 1516. Retomando a
Platón y su República, Tomás Moro nos muestra la utopía como la aspiración a
una realidad distinta de la realidad existente. Ella busca un mundo mejor. Por
el contrario, la adaptación cada vez más fuerte a la realidad hace desaparecer
la utopía. La utopía de hoy en día no es la de un mundo mejor, sino la de un
presente eterno: abolir el tiempo. Hemos privatizado la utopía. El nuevo hombre
es un hombre genéticamente perfecto, sano y fuerte, que puede vivir lo más
posible. Ya no hay utopía en el espacio público, ella se ha ido a la intimidad
del cuerpo.
Publicación de la Utopía de Tomás Moro
Sin utopía en el espacio público, es el mercado el que reina.
Mercado que tiene sus profetas y sus apóstoles, desde Adam Smith a Hayek; para
éste, el mercado es una institución que escapa a cualquier evaluación moral y,
por ello, a toda crítica de sus efectos sobre los ciudadanos en nombre de la
justicia. No se queda corto Paine al afirmar, en Los derechos del hombre, de
1791: "A partir del momento en que el gobierno formal es abolido, la
sociedad comienza a funcionar".
La voz en el desierto es la voz de Hans Jonas en el “Principio
de la Responsabilidad”, quien, retomando a Kant, afirma: "Actúa de forma
que los efectos de tus acciones sean compatibles con la permanencia de una vida
auténticamente humana en la Tierra".
Pero el reino del presente no sería poderoso sin la ayuda de
la urgencia. Nuestra sociedad se fundamenta dentro del registro de la urgencia.
Frente a la muerte, la urgencia llega con la voluntad loca de anularla. La
urgencia es la violencia del tiempo. Como las cosas van muy deprisa se trata de
actuar aún más deprisa.
La urgencia lo invade todo. Es como una de las plagas
de Egipto. Nada se escapa de ella. Nos vamos convirtiendo en el conejillo de
Alicia en el país de las maravillas, de Carroll; sólo podemos movernos de una
parte a otra diciendo una y otra vez: "no tengo tiempo", "tengo
algo urgente …".
Con las nuevas tecnologías, con la alianza entre informática
y telecomunicaciones, el mundo digital, estamos ante una revolución del tiempo
real; asistimos al nacimiento de un espacio de simultaneidad planetaria. Se
trata de acelerar la circulación, de reducir los costes de transmisión de la
información y de facilitar la transferencia de datos. Pero, paradójicamente,
reducimos cada vez más nuestra capacidad de captar e interpretar la información
y, a su vez, la acción pública se convierte en reacción pública. El actor
público ya no actúa, sólo reacciona.
El hombre se ha convertido en inmediato a sí mismo, privado
de la mediación del tiempo que le ayudaba a pensar y “éprouver” el mundo. Es un
hombre que ha perdido "el punto de vista", pues está privado de la
distancia simbólica entre su ser y el mundo.
Esta situación de extrañamiento le
provoca ansiedad. Ya no se siente parte del todo. No hay horizontes comunes. No
hay perspectiva. La falta de reconocimiento de ser "parte" del
proyecto no hace más que aumentar su sentimiento de aislamiento, que a la vez
alimenta su "fobia", sus miedos, que lo propulsan a una conducta
compulsiva de "evitar" riesgos.
Este hombre sin "punto de vista" y, por lo tanto,
sin perspectiva es una presa ideal para el mercado de Hayek. La utopía se
convierte en la consecución de un mundo en el que todos vendan y todos compren,
en el que la inmediatez evite la reflexión y la instantaneidad borre el futuro.
Muerte a la muerte.
11. Después de la
orgía de la individualidad y la resaca del disfrute instantáneo, quizá estemos
ante un nuevo "Renacimiento"
Parecería que estamos en un callejón sin salida, pero, si
tenemos en cuenta que el impacto del tiempo en la historia del hombre ha ido
variando, lo más probable es que nos encontremos en una situación de paso. Van
a surgir nuevos mecanismos de supervivencia del hombre. En un mundo sin
fronteras va a surgir un "punto de vista" mundial; en una sociedad
más inteligente, con una difusión sin precedentes de los conocimientos, se va a
desarrollar una humanidad más solidaria.
El hombre va a necesitar un
"proyecto" en común, cosa impensable actualmente. Después de la orgía
de la individualidad y de la resaca del disfrute instantáneo va a surgir un
nuevo "Renacimiento" que, seguramente, podrá conciliar los intereses
del individuo y de la sociedad desde el ámbito local al mundial.
Lejos de condenar las nuevas tecnologías por
"acelerar" nuestro mundo o culparlas de nuestros sinsabores, quizá
desde la perspectiva histórica habrán servido para prepararnos para una nueva
Era. Si hubo que esperar al siglo XV para que Brunelleschi descubriera la
técnica de la perspectiva, que fue un motor de cambio individual y social,
probablemente las nuevas tecnologías y los avances científicos sean sólo un
punto de partida.
"El verdadero destino del hombre es el de ser
planetario, participando activamente de la inteligencia colectiva de su
especie", afirma Pierre Lévy en World Philosophie, y más adelante:
"Hace falta que veamos el mundo de hoy con los ojos del mundo del mañana,
no con los del mundo de ayer. Y los ojos del mañana son planetarios. Las
fronteras son unas ruinas, todavía en pie, de un mundo revuelto".
Sófocles nos echa un cable con Edipo Rey. Cuando Edipo sale
ileso de un naufragio, el coro, aludiendo al destino que le ha salvado, dice:
"El tiempo, que lo cuida todo, ha dado con la solución a pesar de
ti". Quizá nosotros, náufragos, tengamos que confiar en que el tiempo
"que lo cuida todo", una vez más, nos rescate de la tragedia.
Bibliografía:
ELIAS,
N. (1984). Du temps. Fayard Pocket.
LÉVY,
P. (2000). World Philosophie. Éditions Odile Jacob.
LAÏDI,
Z. (2000). Le sacre du présent. Flammarion.
L'Inactuel.
Emplois du temps. Núm. 2. (1994). Calmann-Lévy.
HILLMAN, J. (1992). The Myth of
Analysis. New York.
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